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Exposición en La Cueva

Exposición en La Cueva

EL BESTIARIO DE PADILLA

por Efraim Medina Reyes

El arte es siempre un impulso primitivo, un ansia inaplazable de rasgar superficies en busca de un alma: el alma de la piedra y de la madera. Del agua y las cenizas. Así como criaturas feroces en el alba de los tiempos grabaron su breve historia en las paredes de sus grutas, los seres humanos de hoy siguen, como un niño con su primer lápiz, trazando las líneas de su propio laberinto. La vida, ya sabemos, no tiene sentido, así que nuestra obligación es dárselo. Las máscaras que diseña y construye Wilson Padilla son a la vez, un minucioso oficio y un inocente arte. Él es el niño que buscando una salida al laberinto lo hace cada vez más hondo y complejo. Los animales de su imaginario no reflejan ya una selva primordial sino esa tenue y festiva zoología en vías de extinción de la que hacemos parte. También el Carnaval que evocan e intentan nutrir se hace difuso y cede ante la barbarie del turismo global, la crisis de la creatividad y la venta del alma en formato camiseta china. Lo que el artista Wilson Padilla pretende es investirse e investirnos del animal, darnos el espíritu libre y salvaje implícito en su bestiario, crear una absurda y liberadora danza en torno al fuego de la vida del inmanente Carnaval que dejamos morir. Cebra, tigre, asno o zamuro… Los animales de Wilson Padilla conviven en una lánguida promiscuidad, un paisaje áspero de asfalto caliente y restos de una fiesta sin memoria. ¿Cuál es su intención? No se trata solo de sobrevivir aferrado a los quehaceres que aprendió de sus mayores, el arte en su forma esencial no es un patrón de conducta ni un reflejo condicionado. Quienes grabaron sus historias en las grutas festejaban sus días de caza, su victoria sobre el enemigo y la gracia de un mundo que creían indestructible. Wilson Padilla es el heredero de aquel sueño remoto y si el Carnaval aún, quizá, tal vez, tiene un alma él es esa alma. Sugiero al espectador de este improvisado zoológico despojarse de pretensiones y observar estas máscaras porque ellas, en su inanimada y silenciosa letanía también nos observan y se preguntan en qué punto del camino perdimos el disfraz para convertirnos en algo tan aburrido, torpe y errado como ser nosotros mismos.

SI QUIERES ADQUIRIR UNA MÁSCARA

Las grandes valen $250.000, cada una, y las pequeñas $80.000.

Hasta agotar existencias.

 

 

 

 

 

 

 

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